Los años 80 nos dejaron grandes hombres Tour como Fignon y LeMond. A su vez, el dominador de la primera mitad de esta década, Bernard Hinault, fue un corredor que en su apoteosis atlética no tuvo rival en Grandes Vueltas y que cuando se marcó un objetivo clasicómano rara vez erró el disparo.
Pero si en este periodo ochentero hay que tildar a un ciclista como “total” es al casero Sean Kelly. El ciclista irlandés llegó a resultar tedioso para el aficionado por mor del dominio que ejerció en gran parte del calendario profesional. Gran Vuelta: etapas y regularidad para Kelly, vuelta de una semana: victoria de Kelly, clásica ardenera: victoria de Kelly, clásica pedrusquera: victoria de Kelly… Kelly, Kelly y Kelly. Apellido repetido hasta el hastío que dejó a más de un seguidor ciclista más sonado que Brad Pitt en 12 Monos.
Sean es el mejor corredor de la historia en vueltas de una semana; en cuanto a los Monumentos, aquí Eddy Merckx juega en otra Liga. Con sus 19 dianas casi dobla a su inmediato seguidor: el gitano Roger De Vlaeminck, que ganó un total de once.
En la tabla histórica de máximos vencedores de Monumentos, Sean Kelly comparte la tercera posición con Girardengo y Coppi. Pese a esto, se puede considerar al irlandés como el segundo mejor corredor en Monumentos de la historia.
Coppi y Girardengo “inflaron” su casillero gracias a acumular muchas victorias en uno concreto; de hecho, entre ambos sólo aparece en sus palmareses una victoria en un Monumento fuera de suelo italiano: la Roubaix de Coppi en 1950.
De Vlaeminck, si bien tiene sus once victorias más repartidas —es junto a Merckx y Van Looy el único con victoria en los cinco—, en dos de los cinco Monumentos tiene una sola victoria y su triunfo en Flandes del 77 está marcado con un asteriscazo. Por otro lado, Lieja fue el primer Monumento que tachó y realmente nunca más estuvo cerca de volver a levantar los brazos en La Decana. Se puede decir que Roger se quitó de encima, a las primeras de cambio, el que menos se adaptaba a sus aptitudes clasicómanas.
En cambio Kelly, pese a no tener Flandes en su palmarés, tiene un registro bestial, inalcanzable para el resto de mortales… si asumimos que Merckx en toda estadística ciclista que se analice come en una mesa aparte.
Con Eddy al margen, sólo hay un caso en la historia de un ciclista que haya ganado tres Monumentos distintos en más de una ocasión. Este caso es el de Sean Kelly, pero ojo, consiguió doblar victoria no en tres Monumentos distintos sino en cuatro.
Ahora vamos a analizar cómo fueron llegando esas victorias y por qué se le resistió la victoria en Flandes.
En primer lugar, conviene contextualizar que el concepto de Monumento es algo relativamente moderno. En España se pudo empezar a leer en revistas especializadas de ciclismo poco antes de la creación de la Copa del Mundo en 1989. El gran Jef Van Looy, ya empezó a diferenciar esas cinco grandes clásicas del resto (San Remo, Flandes, Roubaix, Lieja y Lombardía) y a calificarlas como Monumentos del ciclismo mediados los 80.
Esto supuso que hasta entonces el hecho de ganar los cinco no fue un reto tan goloso, como hemos visto recientemente con Phlippe Gilbert cuando se le puso a tiro el repóquer. Al corredor belga sólo le faltaba en su palmarés Milán-San Remo y hasta se llegó a plantear enfocar una temporada con ese único gran objetivo.
Con Kelly no existía ese desafío, hasta el punto de que su mentor, el vizconde Jean De Gribaldy, y a la vez su equipo Kas, desalentaron al irlandés en la misión de lograr la victoria en Flandes. En una edición del Tour de Flandes en la que el irlandés llegaba con unas piernas atómicas, le vinieron a decir que en Bélgica no se consumían refrescos, la gente hasta se lavaba los dientes con cerveza, de modo que a nivel comercial era mucho más interesante la victoria en Roubaix.
No por ello anduvo lejos de la victoria en Flandes, Kelly pegó al palo en De Ronde en tres ocasiones y en el plazo de apenas cuatro años: en las temporadas 84, 86 y 87. En esta última edición se quedó lejos de Criquielion y por eso en el pódium puso un careto como si hubiese entrado en puesto Cortina.
Pero en el 84, al igual que en el 86, fue el corredor más fuerte. En 1984 cometió el error de no saltar a por Lammerts. En un todos contra Kelly con clara superioridad numérica belga, Sean decidió dejar marchar al único no belga del corte definitivo, pero nadie saltó a por el neerlandés y Kelly terminó ocupando la plaza más dolorosa del cajón.
En el año 86 Sean fue de nuevo el más fuerte en Flandes, pero en un pacto con Van der Poel del que ahora seguro que se arrepiente, hipotecó todas sus opciones de victoria, al prometer en esta carrera ayuda a Adrie a cambio de que éste le devolviese el favor en Roubaix.
Como comentamos, en los otros cuatro monumentos logró al menos dos victorias en cada uno. Pero no por ello todo fue un coser y cantar a lo largo de la carrera profesional del casero.
Kelly empezó destacando en el ciclismo principalmente como sprinter. A raíz de su medalla de bronce en el Mundial del 82, Jean de Gribaldy empezó a ver en Sean un potencial ganador de pruebas de un día de máxima enjundia. El casero había soplado ya 26 velas y nunca había estado en la pomada de un Monumento más allá de su cuarto puesto en la Milán-San Remo del 80.
El año 82 fue un punto de inflexión en la carrera de Sean porque, además, en esa temporada empezó a instaurar una tiranía en París-Niza que duró hasta casi finales de década. En 1983 repitió victoria en la Carrera hacia el Sol y a final de temporada descorchó su victoria en los Monumentos al ganar el Giro del Lombardía. Por entonces, esta clásica dejaba alta opción de reagrupamiento y Kelly se impuso en un precioso sprint: cuatro grandes que entraron casi en paralelo.
A partir de aquí inició una secuencia bestial en los Monumentos. Una vez comprobado que la París-Niza la ganaba con la chorra, Gribaldy decidió retrasar la puesta a punto de su pupilo en los arranques de temporada . Esto nos dejó un Kelly competitivo en el mes de marzo pero a falta de un power-up con el que llegar al mes de abril con unas piernas atómicas.
De este modo, en el 84 logró la animalada del uno-dos, uno-dos. No, no es una marcha militar, sino que Kelly en los cuatro monumentos de esa temporada hizo 1º, 2º, 1º y 2º. Las victorias en las consiguió en Lieja y Roubaix; por tanto, ya tres monumentos distintos tachados.
En el 85 volvió a repetir triunfo en Lombardía. Flandes al margen, el Monumento que estaba siendo para él un verdadero quebradero de cabeza era San Remo. Poseía cualidades para ganarla de tres formas posibles: sprint masivo, llegada en grupo reducido o bajada kamikaze en el Poggio. Ese abanico de opciones bloqueaba a Kelly, pero en el 86 tuvo clara su táctica y por eso llegó su primera victoria en La Primavera.
Vanderaerden le estaba mojando la oreja en duelos al sprint, Kelly quería evitar a toda costa un combate en una volata con Eric, por eso saltó como un resorte al movimiento de LeMond en el Poggio y se impuso al sprint en la llegada a tres.
Con la victoria en Roubaix del 86 entró en una fase de sequía en los Monumentos, en el 87 tuvo una caída en La Pascale en la fase decisiva y en el 88 la montonera masiva de Lieja y el movimiento ofensivo de su compi Wegmüller en Roubaix le dejaron sin opciones de mojar en los Monumentos.
PDM fue su equipo de destino en el 89, encuadrado en él logró la victoria en Lieja, en parte gracias a hacer caso omiso de la jerarquía compartida con nuestros queridos Rooks y Theunisse, AKA Espinete y Don Pimpón.
La temporada 90 clasicómana se le fue al retrete con una fractura de clavícula en Flandes que dejó al equipo neerlandés sin su jefazo. Por ello, tuvieron que cederle sus galones a un Dhaenens que empezó a demostrar que era un gran clasicómano. La gran primavera clasicómana de Dhaenens, en la Copa del Mundo estuvo codeándose con Bugno y Argentin en lo alto de la clasificación, deja clarinete que es una leyenda urbana el hecho de que se le considere un campeón del mundo bluff.
Volviendo a nuestro protagonista, ya era un corredor entrado en años en 1991. En esa temporada, PDM estaba obsesionado con el Tour de Francia, y el casero sólo pudo brillar, a nivel clasicómano, en Lombardía. Una vez digerido todo el bochorno de su equipo en la Ronda Gala, se pudo despedir de ellos con su tercera entorchado en el entonces denominado Mundial de otoño.
En 1992 fichó por Festina, año en el que atléticamente pegó un notorio bajón. No estaba para codearse de tú a tú con los mejores clasicómanos, y menos ante un Moreno Argentin que venía de chorrear en Tirreno-Adriático.
Pero Kelly aún tenía una bala recámara para el monumento en el que el potencial atlético es menos importante: Milán-San Remo. Las casas de apuestas sólo le daban una estrella sobre cinco en cuanto a posible vencedor. Argentin fue el más fuerte en el Poggio, pero Sean, gracias a un descenso en el que tomó más riesgos que Christopher Walken en El Cazador, pudo neutralizar toda la diferencia obtenida por Moreno en la ascensión y posteriormente le superó con facilidad al sprint.
Momento histórico éste, ya que fue su último Monumento conquistado, su última gran victoria, y , a su vez, la última victoria de un corredor corriendo con rastrales en un Monumento.
Y éste fue el legado de Kelly en los Monumentos. Un ciclista de mentalidad más dura que las gominolas de los chinos, que soportaba el mal tiempo como nadie, incluso llegó a orinarse sobre sus piernas en Flandes del 85 para entrar en calor.
Su combo pegada en cota ardenera-patada en tramo de adoquín pocos corredores lo tuvieron. Para completar el retrato robot del clasicómano casi perfecto su sprint en llegadas en grupo era letal, a diferencia de Merckx, él sí pudo imponerse en una París-Tours en la que llegaron más que los sioux a la volata final.
Por todo esto, podemos afirmar que Sean Kelly es el segundo mejor corredor de la historia en los Monumentos del ciclismo.
Por Miguel González (@gzlz11 en Twitter).